La coproducción franco-española recién estrenada, El monje, está ambientada en un convento capuchino del siglo XVIII. Narra la historia de Ambrosio, un franciscano que es criado en la fe cristiana tras ser abandonado a su suerte. Con el paso del tiempo, se convierte en un ejemplo para sus hermanos, siendo un predicador capaz de redimir las almas más oscuras y captarlas atrayéndolas hacia la Iglesia. Sus discursos son aplaudidos por cientos de personas que se agolpan bajo su púlpito. Sin embargo sus convicciones morales no son tan firmes como el cree, sobre todo a partir del momento en el que un joven novicio cuyo rostro se oculta tras una grotesca máscara, es acogido por los monjes. Ambrosio tendrá que enfrentarse a aquello que más le aterra: sus propios deseos.
Aunque la propuesta es visualmente atractiva, no deja de quedarse excesivamente corta en el desarrollo del personaje principal, Ambrosio, interpretado por el magistral Vincent Cassel del que recientemente también hemos podido disfrutar en su inquietante papel en Un método peligroso. La película no es ni escandalosa, ni agita los cimientos de la Iglesia. Tampoco genera la empatía que habría sido tan necesaria para comprender a Ambrosio y va perdiendo fuelle de forma alarmante hasta el final de la película, en el que la escena de cierre queda desgajada siendo un subrayado carente de sentido. Los personajes no consiguen arrastrar al espectador hasta ese abismo de desinhibición que les succiona la voluntad. No obstante es muy remarcable el trabajo de dirección de actores de Dominik Moll (Harry, un amigo que os quiere y Lemming) sobre todo con Cassel del que consigue sustraer toda su expresividad al servicio de su personaje. Puede que de hecho esta virtud de la película sea su mayor lastre, ya que Ambrosio eclipsa al resto del elenco.
La novela que sirve de punto de partida, por el contrario, sembró la polémica por muchas razones: la primera de ellas, es que su joven autor, Matthew Gregory Lewis, la escribió antes de cumplir los 20 años, utilizando como villano ni más ni menos que a un monje capuchino. Más allá de eso el tema de la represión sexual, del incesto y la Inquisición pueblan un relato en el que el mal sacude al bien en una lucha sin cuartel. Conceptos tremendamente rupturistas para la sociedad de 1796 en la que vio la luz por primera vez la novela. No faltan en ella elementos que remitan a la tragedias griegas y a su catarsis final. Sin embargo, la película no consigue transmitir esa misma fuerza llegando a un final rápido que casi parece de compromiso y en el que habría sido de agradecer mayor esmero. Ambrosio, arrastrado por un destino del que parece no poder escapar cual Edipo redivivo debe sufrir las consecuencias de sus acciones, pero ¿acaso era libre de poder elegir otro camino?
Nota: 5/10
Lo mejor: la ambientación y la forma en que se muestra el recogimiento del convento. En este sentido, el viraje a tonalidades ocres y marrones al comienzo de la película es todo un acierto. El trabajo de fotografía, que se recrea en las bajas luces es excepcional.
Lo peor: que cuenta con un reparto excepcional que queda bastante desaprovechado. Tanto Sergi López como Geraldine Chaplin podrían haber dado mucho más de sí aportando una mayor complejidad a la trama.
La imagen: el leit motiv de la tentación y el misterio de la película, aquella en la que una bellísima y jovencísima Joséphine Japi se arrodilla ante la cruz, cubierta con una capa roja.
Sólo puedo decir una cosa de la película: cuando la estaba viendo sólo pensaba en cortarme las venas.¡Qué aburrimiento por dios! No me gustó nada, eres muy generosa.
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