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CRÍTICAS Tenemos que hablar de Kevin

Cruda y controvertida, no deja a nadie indiferente. Es incontestable la inmensa fuerza que transmite la novela de Lionel Shriver Tenemos que hablar de Kevin. Se desprende sobre todo de su forma epistolar y del potente trasfondo social que subyace tras al drama humano. Por eso, cuando se anunció la adaptación cinematográfica en Quiero Cine tuvimos serias dudas de que las imágenes consiguieran atrapar al espectador como lo había hecho la inmensa tela de araña que propone la novela.

La trama arranca cuando Eva, una mujer madura, con un matrimonio asentado y una carrera profesional brillante, decide tener un hijo. Desde el comienzo del embarazo, Eva se da cuenta de que no siente el clásico instinto maternal que se le presupone a cualquier futura madre primeriza y esos sentimientos se agravan cuando su hijo Kevin nace y comienza a mostrar un profundo desinterés por los demás y una grave falta de empatía. Mientras su lucha por conectar con él, Eva no podrá evitar sentir una fuerte culpabilidad frente a los actos de su hijo, pero ¿es ella responsable de ellos? ¿Sería Kevin diferente si ella hubiese deseado más ser madre?



Éste es sin duda uno de los rasgos definitorios más característicos de de la novela y que se resume de manera magistral en los inicios de la película: la maternidad no es siempre una bendición y viene cargada de inseguridades y dudas acerca de cómo criar de la manera más apropiada a los hijos. Semejante reflexión probablemente solo podría provenir de una mujer, pues nadie mejor conoce la ambivalencia de sentimientos que supone el vínculo materno-filial y Lynne Ramsay recoge el testigo en el relato audiovisual con gran destreza siendo además muy valiente en el plano del atrevimiento formal (el color rojo presente en la novela cobra protagonismo en una tomatina que no encuentra su origen en el relato, pero que sin embargo es muy eficaz para comunicar multitud de sensaciones) y en el acertado casting en el que destaca una Tilda Swinton consumida en su desesperación por conseguir sacar adelante a un niño (Ezra Miller) con una clara disfunción emocional que le arrebata las fuerzas.

Hay que subrayar también la dificultad extra que supone contar con imágenes ciertos pasajes especialmente desagradables sin herir sensibilidades: contar sin mostrar en exceso. En este sentido, la elegancia de la insinuación es una meta a la que la directora del film llega para alivio del espectador y en beneficio del suspense que se va gestando poco a poco a lo largo de la película. Eso sí, la película es exigente con el espectador y requiere de su atención por los abundantes flash-backs, fundidos y recursos visuales como fundidos que abundan en la cinta.

Para más información recomendamos visitar la web oficial de la película.

Nota: 8/10

Lo mejor: la reflexión de que el mal no siempre procede de familias disfuncionales o rotas por la desgracia y el duelo constante de madre e hijo.

Lo peor: no leer la novela antes de ver la película. Es sin duda recomendable para terminar de completar el puzle y para comprobar que nada de lo que se inscribe en el relato fílmico es una exageración, sino parte de un proceso.

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